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Monthly Archives: julio 2019

el placer de la recolección

en cierto modo nos satisface el místico placer del creyente que cree seguir a pies juntillas las ordenanzas de su creador, solo que en nuestro caso somos creyentes, oficiantes y creador, todo en uno, maravillados, anhelantes de seguir descubriendo y

un sencillo acto

recogemos hojas de los árboles como si fuera la primera vez que los viéramos, como si fueran únicas o las últimas que fueran a existir, como si fuera nuestra obligación-sagrada- recogerlas para preservarlas en una especie de Svalbard de las

mar

el olor a mar se llama maresía, el perfume de las algas, de la vida marina, de la humedad que se desprende del batir de sus aguas incesantemente, de las gotas de bruma cargadas de sal que viaja tierra adentro

colores del paraíso

he desparramado las flores secas de hortensias que a lo largo de un año han ido virando de matices dentro de un jarrón de la estantería, una tormenta fugaz ha dejado la luz suave y el perfume intenso de aromas reconocibles

a la sombra

tengo intención de salir al campo y trato de imaginar qué me puede pasar mirando lo que le sucede a una planta que está acostumbrada a la ferocidad de un verano manchego y entonces miro al interior sombreado de mi

un recuerdo

aquél patio tenía una gran higuera en el centro, su tronco estaba abrazado por un banco de madera y bajo su reconfortante sombra, con el frescor de la mañana, se sentaba la señora Nieves cuyos dedos nudosos y arrugados hacían

celebración

una tormenta de verano es un regalo, las grandes gotas de lluvia empapan poco a poco la tierra reseca levantando perfumes familiares y acogedores que nos inducen a coger grandes bocanadas de aire, celebrando con el último aliento de la

planificando

una casita con vistas, soleada y bien aireada, buen vecindario, diseño elegante y original, de líneas sencillas y tonos suaves pero algo pequeña quizá, no sé…, tendría que empezar por tirar tabiques   especie: nido de avispas cartoneras Polistes dominula

la partida

los vencejos comenzaron a agruparse hace unos días, las crías, ya jóvenes, estaban listas y fuertes, sus vuelos acrobáticos sobre los jardines se volvieron frenéticos y la algarabía de sus cantos translucía una especie de nerviosismo ante la partida y

sentimiento maternal

—mírala, ¿no es para comérsela?— algo así debió pensar la cardencha florecida al ver a la pequeña con las bracteas abiertas como brazos tiernos, intentado imitarla como diría J.M. Serrat: a menudo los hijos se nos parecen y nos dan

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